¡La Conciencia!, gran tema filosófico, que llega a darme miedo, no ya esa conciencia moral que parece indicar el buen camino a seguir, como en el cuento de Pinocho representa Pepito Grillo, siempre con penoso resultado, sino la otra, la filosófica, pues habría que escribir un libro entero sólo para iniciarse en ella. Hegel llegó a convertirla en Espíritu, Absoluto. Ésta es otra palabra que me da miedo: ¡Absoluto! Pero tenía que ser así desde que la filosofía se olvidó del Ser y luego quitó a Dios del Centro. Y adviértase que lo pongo con mayúscula: el Centro. Ya no es el Ser, ya no es Dios. Pero lo que pongamos ahí tiene que ser tan inmenso… tan Absoluto. Descartes puso ahí al ‘yo’, en lo que ya daría en llamarse filosofía moderna, aunque aún no se atreviera a ponerlo con mayúscula, pues el yo de Descartes era todavía finito, con la propia finitud del hombre portador del yo, mientras a Dios lo conservó de algún modo. Leibniz sí se atrevió a hacer al yo infinito en la noción de sustancia, que terminaría llamando mónada. Pero a pesar de su infinitud no la puso con mayúscula, pues las mónadas eran individuales puntos de vista, que no desplazaron a Dios del privilegio de ocupar el Centro Absoluto. Pero es que esto va por pasos. Kant, que se ocupa del conocimiento, distingue la conciencia empírica o psicológica de la conciencia trascendental (gnoseológica, que conoce), siendo la primera la que se ocupa meramente de los fenómenos, a los que conceptualiza. Pero ¿y la otra, la conciencia pura o transcendental, la que posibilita todo conocimiento, para convertirse en principio de la realidad? Esta palabra, trascendental, también me acojona. Pasa otro tanto con los idealistas Fichte y Hegel que pasan de la idea de conciencia trascendental a la idea de conciencia metafísica. Fichte la adopta como fundamento de la experiencia, identificándola con el Yo, al que se atreve ya a ponerlo con mayúscula. En la dialéctica de Hegel que va de la Conciencia al Espíritu, Absoluto, que se identifica con la Realidad, todo está con mayúsculas, será porque era alemán. Es curioso que yo al Ser, olvidado, a menudo lo escribo como ser, con minúscula, no importa, ¡tan grande es! Husserl por su parte es muy listo. En principio, harto de tanto, acaba con todo. Dice ¡Epojé! y todo desaparece, materia, ideas, espíritu…, para quedarse sólo con lo que a él le interesa, claro, la Conciencia, y por supuesto en mayúscula.
Hay un filósofo por ahí, lo hubo, dicen que cristiano (yo creo que lo dicen peyorativamente para olvidar su gran filosofía), que ya se ocupó, con gran humildad sea dicho, de esta cuestión, de esa conciencia de intimidad del yo individual, y lo hizo sin mayúsculas y sin quitar a nadie de su centro. Si donde Kant pone “conciencia pura que posibilita todo conocimiento”, ponemos en su lugar ‘alma’ tenemos la filosofía de San Agustín, ha muchos siglos: ¿Cómo es posible el conocer? Eso es a lo que contestara San Agustín en su meditación XI: es posible en la unidad del alma, que da unidad al tiempo, uniendo el pasado, el presente y el futuro. Lo que dicho de paso da cohesión al conocimiento del fenómeno, pues un supuesto tiempo puntual lo imposibilita al desgranarlo, perdida su coherencia temporal y dominando el caos. En S. Agustín el alma posibilita la consistencia del fenómeno, aunque por mi Alejamiento de Dios mi alma no está ya en Él, sino distendida entre Él y yo, tensa, enferma, pero siempre en relación con Dios. Mucho después otro filósofo, Heidegger, nos dirá que la Conciencia está distendida… en un tiempo-objeto, extendido, o vivencial, que no puntual. Pero todo ya alguien lo había dicho antes, ha mucho, en minúsculas, y sin dar miedo.
Y es que el término Conciencia es un resultado evolutivo, filosóficamente moderno, como nos dice Heidegger al respecto, quien piensa que la fenomenología está demasiado presa de ciertas tradiciones que ha heredado de la filosofía moderna, como es el primado de la conciencia. Es por ello que la conciencia ha heredado la propiedad unitiva, cohesionadora y de intimidad que tuviera el alma, aunque quitándole ese aspecto de intimidad en relación con Dios, que tenía el alma, para sustituirlo por otro carácter de intimidad o relación reflexiva con el propio yo, que es ahora lo moderno que adopta el término conciencia. Se ha sustituído a Dios por el yo, que es ahora nuestra propia intimidad, ya reflexiva. Este nuevo aspecto ya nos lo apuntó Locke al decirnos que la identidad del individuo es posible gracias a una toma de conciencia de sí. Ahora la distensión del alma se entiende ya como una especie de ensanchamiento de la conciencia, que abarca así el pasado y el futuro como expectativa. Bergson llamará durée a ese ensanchamiento, como la esencia de la conciencia, el fluir de nuestros estados mentales, el yo y su devenir; es en el ámbito del yo donde se revela la durée. Este advenimiento mental del yo ha sido favorecido por el libre examen de conciencia que implica el protestantismo en sus diversas formas, y que, viene a decirnos Maritain, conduce al pleno advenimiento del 'yo', lo que finalmente dará como fruto los idealismos, en que la conciencia gestiona las pertenencias del yo, así como el alma gestionara la relación con Dios. Newton sustituyó el alma por la fuerza, que gestionaría la relación entre las cosas. Al alma se la comió pues el espíritu, enriquecido éste en introspección intelectiva, que terminaría cristalizando como conciencia, gestionadora del yo de la modernidad, en un diálogo interior que ya no es con Dios. Es la evolución de los tiempos.
Pero hay empero una fundamental diferencia entre el Alma y la Conciencia. Ésta se queda dentro, dentro del individuo, pertenece al individuo portador del yo, mientras que el Alma apunta afuera, a Dios. Y en ello el motivo por el que adelanto la publicación de este artículo, porque las mas actuales investigaciones parecen sugerir que la Conciencia también apunta afuera, de donde recibe el contenido que ella meramente gestiona. Esa exterioridad permite asimilarla tanto al Alma que hace innecesario darle nuevos nombres. El Alma es un concepto plenamente filosófico, que ha pervivido de un modo u otro hasta nuestros días.
[1] La reciente publicación por Dan Brown de una novela en que el tema de la Conciencia adquiere caracteres muy novedosos me mueve a adelantar la publicación de este artículo que tengo en la carpeta de Husserl, y que pienso viene al caso.