Parménides y Heráclito son los grandes filósofos del Ser. Hoy la filosofía del Ser está desprestigiada, pues la filosofía está en manos de los enemigos de la filosofía, la cual no puede partir sino del estudio del Ser. Esos enemigos harían bien en leer los pocos versos de Parménides que han llegado hasta nosotros, para admirar la enorme coherencia lógica y poder de convicción de sus deducciones, sin fisuras. Además ocurre sobre estos dos grandes filósofos griegos, que ha gustado malinterpretarlos sistemática e históricamente, al amparo de lo poco de ellos que nos ha llegado. Parece que una mala, y desde luego menos esforzada interpretación, es mas fácil admitirla y mas propensa a gustar, si ofrece a cambio alguna circunstancia que resulte como anecdótica. Y eso es lo que ha prevalecido históricamente con Parménides y Heráclito, cuando ha gustado siempre contraponerlos, haciendo de Parménides el filósofo de la permanencia del Ser, mientras que Heráclito jugaba el papel del filósofo contrapuesto, el de la fugacidad del Ser, del fluir, del cambio. Y así ha funcionado durante siglos, al amparo, digo, de los pocos textos que nos han llegado. Se han mantenido en esencia unas interpretaciones quizás interesadas, desde Platón y Aristóteles, no habiendo querido o sabido disentir de la enorme autoridad de estos. Sin embargo, ya desde Heidegger son poderosas las voces que están intentando corregir esto, pero parece que sin conseguirlo todavía plenamente. Incluso la que parece sólida interpretación de Parménides, es a costa de trastocar o ignorar unos pocos versos finales, que podrían cambiar toda la interpretación que de él se hace, como parece que por fin se está logrando ya en nuestros días. Interpretaciones éstas, actuales, que matizarían y aproximarían, hasta hacer confluir, las tesis sobre el Ser que mantenían estos dos geniales filósofos.
Las escuelas filosóficas griegas de finales del siglo VI y principios del V a.C. estudiaban la nueva forma de expresión racional, que se manifestaba en un tipo nuevo de discurso, que quiere desembarazarse de esquemas rítmico-poéticos, intentando introducirse en los secretos lógicos que les inicia en la preocupación de una coherencia que ya es discursiva, no poética, en principio sin implicaciones ontológicas, sino sólo como mero ejercicio del discurso. Se ensayan discursos con varias vías, sentidos o cabezas, y se salta de vía en vía, como vuela el pájaro de cima en cima. Se practicaban estos juegos como una ascesis o gimnástica, en ocasiones purificadoras; primero casi como un rito salvador, para pasar después a una habilidad y finalmente a una acrobacia (98-([i])). Esa práctica debía estar generalizada pero en la escuela filosófica de Elea, en el Sur de Italia, o en algún germen suyo antecesor, se estudian y ensayan especialmente esos múltiples caminos del discurso. Se ponen "unas frases al extremo de otra, con un sujeto positivo y un verbo afectado por un coeficiente positivo, que introduzcan, unas tras otras, una letanía de complementos o de atributos. Pero se puede escribir lo mismo al revés: con un sujeto negativo y un verbo afectado por un coeficiente negativo. Se pueden cruzar estos caminos con sus contrarios: un sujeto positivo con un verbo afectado por un coeficiente negativo, ..." (99-([ii])).
Parménides (540-470), tras haber practicado estos ejercicios largamente, abominará de ellos, para llegar a prohibirlos finalmente, previniendo contra los peligros que implica aventurarse por esos caminos, que no conducen a ninguna parte, pues no se trata únicamente de ejercer el discurso como los atletas ejercitan los miembros en el estadio, sino de llegar a alguna parte. Y precisamente a aquel lugar sagrado que conduce a la verdad. Camino de verdad que hace coincidir con el Ser eterno y permanente de las cosas, que se expresa en el discurso que sigue el camino correcto, el camino continuo y sin fisuras del Ser.
Parece ser que también el aristócrata Heráclito (535-484?) de Efeso fue un obrero de fórmulas del discurso, trabajando en reunir en frases lo mas cortas posibles el mayor sentido posible, e incluso varios sentidos a la vez (100). Practica el juego del discurso de varios caminos o sentidos, y progresa en ellos sin encontrar nunca fin, como un yunque que cayera en el vacío. Allí donde Parménides encuentra la antinomia, la contradicción entre dos principios racionales, el Sí, la Verdad, el Ser, en oposición al No-ser; Heráclito encuentra el antagonismo, la contrariedad, rivalidad, oposición, la lucha entre contrarios, anterior a esos mismos contrarios, lo Mismo y lo Otro siendo Uno, como Noche y Día unidos en una sola imagen, que los abarca. Igual que el hombre actúa hablando y desarrollando la expresa contradicción hablada, la Naturaleza habla actuando y desarrollando las oposiciones tras las que se oculta su armonía. Heráclito se sitúa en la referencia del discurso de múltiples vías, que expresa la multiplicidad contradictoria de la naturaleza, en la que penetra el viajero sin encontrar nunca el extremo, ni llegar a la cosa imposible de encontrar. Siempre termina imperando el sentido a la cosa, un nuevo qué a la respuesta, la eterna actividad del fuego al rescoldo de la brasa, pues en la cosa, en la respuesta, en el rescoldo, siempre prende nuevamente el fuego de otra pregunta, otro qué en el que se desarrolla el antagonismo de una nueva oposición. En Heráclito prevalece el qué a la cosa o al ente, que nunca son, pues siempre surge un nuevo qué, eterno, incógnita permanente que es el sentido del ser heraclitano. '¿Qué es?'. En cuanto se responde al qué, y se destruye la tensión de la incógnita, se destruye al ser-sentido, al ser-tensión, al ser-creativo, y nos quedamos con un ser muerto, inane, en respuesta que ya no lo es del ser sino de un es que ya no es ser.
Parménides y Heráclito parten de un mismo núcleo central, de pregunta ante la diversidad y de diversidad de la expresión, y su respuesta es en ambos la misma: la pregunta, el qué, que prevalece. Pregunta que en Parménides es pregunta de honda y verdadera convicción humana, pregunta pensada viva y eterna, contra la superficialidad de la trivial y siempre contradictoria opinión; mientras que en Heráclito es pregunta cósmica de la naturaleza, que se expresa en un eterno y siempre aparente antagonismo, en que contrapone dos términos, que al aplicarlos no al mismo sino a diferentes sujetos los abarca, los incluye en la contraposición, de modo que el ser se apropia de esos extremos y todos los medios que incluye, y demuestra así que no queda nada fuera del ser, porque está en el ser de todo lo que tiene ser, que es todo. Es proverbialmente conocido el ejemplo del río, en que no se baña uno dos veces en el mismo río, pues si el río cambia es que permanece, para poder cambiar: solo cambia lo que permanece, pues si no permanece no queda cosa que pueda cambiar, y si cambia es que hay algo que puede cambiar, algo que permanece. Con lo que el cambio no es lo fundamental, es solo una apariencia, apariencia de cambio de un sustrato que permanece. El ser de Heráclito a la postre coincide con el de Parménides. En Heráclito el antagonismo es sólo de la apariencia cambiante, cambio sólo posible por la permanencia del ser oculto; ser que realmente permanece y solo en apariencia cambia. Heráclito expresa también la unidad del ser, el mismo ser parménico, pero no como antítesis del ser frente al no ser, sino como antagonismo, que se extiende entre sus extremos contrapuestos. Así por ejemplo en el antagonismo que expresa Heráclito cuando dice que el mar es vida y muerte, lo que nos está diciendo es que el mar es vida para los peces y muerte para los hombres, y por tanto el mar expresa lo completo que incluye los opuestos, la vida y la muerte, completitud de un espectro que abarca desde un extremo hasta el extremo opuesto y contrapuesto, antagónico. Ahí toda la enormidad que cabe en el ser. En Heráclito no se trata de una contradicción que niega sino que abarca, es antagonismo que incluye, no que separa. Así, la genialidad de Heráclito describe con perfecta precisión el ser, uno y permanente, pero lo hace desde un matiz de fugacidad, y no porque el ser sea fugaz y cambiante, como nos demuestra genialmente con el ejemplo del fuego, la fugacidad de un fuego que es permanente porque apenas se está extinguiendo, ya desde el instante anterior está prendiéndose en el instante que viene, y ahí la permanencia perfecta del fuego, que se extingue y aviva en cada instante. En ese aparente fluir no hay tal sino permanencia, la misma que hay en el ser de Parménides. Unidad y permanencia de un ser fuego que es ser fuego antes ahora y luego, fuego que nunca se enciende y nunca se apaga, en permanencia que se extiende desde el extremo anterior y primero al extremo posterior y último, de modo que todo lo incluye, donde no hay principio ni fin. Un fuego que arde sin consumirse, sin cambio, zarza que arde inextinguible, permanencia del verbo creador. Es como el ser de Parménides, que nunca pudo empezar a ser, ni dejará de ser, pues solo hay ser, y nuca no ser desde el que empezar a ser, o al que arribar desde el ser.
La pregunta esencial, que hay tras la antinomia parménica y el antagonismo heraclitano, la pretende responder la ciencia, homogeneizadora de la viva y heterogénea incógnita de realidad; ciencia que trata del universal cementerio donde están enterradas las preguntas del hombre, muertas ya en sus respuestas, bien medidas, cuadriculadas y encasilladas cada una en su fosa. Nosotros, aunque confesamos comulgar en este proceso científico, pretendemos empero abundar en el 'ser' parménico-heraclitano, adornando el 'ser' de nuestro esquema con un sentido de pregunta, de camino sin fin, que representaremos con una amplia flecha, amplia como veremos pronto que es la dimensión del ser.
Y es amplia la dimensión del Ser por el Existir, ortogonal al Ser, al que polariza y diversifica, aunque ya no como ser sino como ‘es’; Existir del que nos dice el existencialista Abbagnano: “sin relación posible con el ser”; diametralmente diferente, me gusta decir a mí, siendo en esa conjunción del Ser con el Existir donde ocurre la fenomenología de nuestra realidad, preñada de materia que es y de existencia en acción, dualidad con la que nace ya la filosofía griega, dualidad implícita ya en los dos aspectos material-activo del arqué presocrático. El modo en que se resuelva y explicite esa dualidad va a significar el desarrollo de la filosofía desde Platón y Aristóteles hasta Descartes y Schopenhauer por lo menos. En todo caso va a tratarse siempre de una dualidad de elementos inencontrables, sin posible proyección entre ellos, radicalmente ortogonales, tales como ser y no-ser, materia y acción, materia y forma, materia y pensamiento, voluntad y representación..., donde siempre uno va ser mas abstracto y atemporal y el otro mas concreto, temporal o numérico.
[i] Brice Parain. Historia de la Filosofía. Volumen 2. Ed. Siglo XXI, p. 7.
[ii] idem. p. 17.