Estudio del Ser en la historia de la filosofía.

Griegos II. Filósofos presocráticos del principio plural, causales:

 

  1. Filósofos presocráticos del principio plural, causales.
  2. Pitágoras.
  3. Empédocles.
  4. Anaxágoras.
  5. Leucipo y Demócrito.

 

 

  1. Filósofos presocráticos del principio plural, causales:

Mientras unos filósofos griegos, los presocráticos milesios, se ocuparon preferentemente del ‘origen’ sustancial de todo lo que hay, un único origen, el arqué, nombre que nos ha quedado en palabras como arca o arqueología, que aluden a ese origen antiguo, por el contrario otros filósofos, se dice que mas místicos (y del entorno itálico), como Pitágoras y los posteriores Empédocles y Anaxágoras, consideran mas de un principio, y se ocupan también muy expresamente de la ‘causa’, de la causa que mueve, anima, armoniza y organiza todo. En cierto aspecto podemos decir que su interés está en la vida, en una acepción antigua mas amplia de vida, que abarca incluso lo no específicamente vivo, pues buscan el principio vital que anima, mueve, impulsa y organiza cuanto hay, en un amplio sentido. Mientras que los otros filósofos se ocupaban fundamentalmente de la dimensión esencial, vertical, del ser, en que surge la diferencia entre lo de arriba y lo de abajo, estos filósofos se ocupan preferentemente de la dimensión horizontal, la existencial, en que acontece lo que hay. En nuestro mundo hay cosas, separadas, pero la razón aspira a una unidad. ¿Cuál es la razón, la causa común de esta visible separación, así como de la originaria supuesta unión, oculta unión ésta de la que nos llega como un eco que se manifiesta de continuo en la unitariedad de las cosas, pues observamos por doquier cosas en su unidad, su entidad, su compacidad entitativa, en vez de un caos disperso sin unidad, orden ni medida? Estos filósofos no parten de un origen único, arqué, sino de una variedad de principios o elementos, y por eso han de estudiar necesariamente la ‘causa’ que consolide esa variedad en un uno originario, y que desde ahí les lleve a formar el mundo plural visible.

 

 

 

  1. Pitágoras (apox.570-aprox.490-475):

Ya vimos cómo en Pitágoras el número es el principio de las cosas. Por su parte es el alma quien armoniza los contrarios. Número nocional, cualitativo, no cantidad. Uno arqué; dos distancia, línea, oposición; tres recupera la unidad; cuatro determinación completa. Ya vimos la progresión desde la unidad del uno (Palas), la separación del dos (Palas es...), la unidad recuperada (Palas es de ojos glaucos), y convertida finalmente en real (Palas es la diosa de ojos glaucos que con su sagacidad y astucia conduce los hombres a la victoria). Así se construye el mundo, desde el Uno, en los Antagonismos del Uno y el Número, de la Unicidad y Multiplicidad, de lo Impar y Par, del Ser que acaba y el Ser inacabado, del Límite y lo Ilimitado. Por una parte el Límite, Varón (vara), Descanso, Derecho, Luz; por otra lo Ilimitado, Mujer, Movimiento, Curva.

Todo proviene del uno, si, pero en todo lo que vemos en el mundo advertimos que ese uno se ha separado, disgregado en multiplicidad, en número. Aunque ese número no se deshace en un caos magmático sin sentido, sino que conserva un orden, una medida y proporción, en que de algún modo se ha recuperado la unidad del uno, aunque multiplicada por doquier, en número. Lo vemos de continuo, cómo en la cosa triunfa el límite sobre lo indefinido e indeterminado, triunfa el ser acabado de la cosa ante una indefinible estructura. Es ya un ser y un límite cambiante, sí, perecedero y caduco, pero que lucha contra la indefinición y el no ser. También advertimos eso mismo no ya en la constitución de las cosas sino en nuestra percepción de ellas, como ocurre en cualquier observación, que desde un caos de imprecisas sensaciones separadas, como indefinidos brillos, colores, formas difusas, sonidos sin tono ni timbre, se extrae, recoge y selecciona todo un algo, determinado, que tiene una significación y un sentido unitario, entitativo. Y por eso conocemos, conocemos entidades, con compacidad entitativa, en que se une lo que aparecía separado. Eso ocurre, sí, continuamente, pero ¿cómo es posible?, ¿cual es la causa? La causa no puede residir dentro de todo ese disperso, observado, seleccionado, agrupado en unidades, sino que tiene que ser externa, y de naturaleza permanente, que no cambie.

Pitágoras encuentra esa causa en el alma, que armoniza los contrarios, e impide el caos. Con Pitágoras el alma deja de ser aquella primitiva sombra que fuera, un resto miserable que queda tras la muerte, para ser lo verdaderamente vivo, aunque prisionera en el cuerpo. Alma memoria, que la vemos brillar luminosa en las motas de polvo al sol. ¿Qué misteriosa relación con la luz podrá tener el alma? Quizás esté en una pureza originaria esa relación. La Física con Pitágoras (y con los filósofos causales aquí agrupados) es ante todo purificación, purificación que acompaña a todo lo importante que surge con Grecia: el discurso, la filosofía, el teatro, los juegos; un ejercicio de purificación, ante anteriores emociones y vitalismos impuros que hay que superar.

 

  1. Empédocles (490-430):

Empédocles parte de cuatro principios, cuatro raíces, como cuatro dioses: el poderoso y brillante Zeus (fuego), la dadora de vida, Hera (aire), y Aidoneo (tierra) y Nestis (agua), que con sus lágrimas hacen brotar la fuente mortal. El sistema conserva el Cuaternario pitagórico. No hay nacimiento ni final, solo mezcla y separación, a partir de las raíces. Quien une y quien separa son dos fuerzas poderosas que se alternan en su predominio, principios motores antagónicos y alternantes, la Discordia (Odio, Neikos), externa a los elementos sobre los que gravita y que separa, y la Amistad (Amor, Philía), que es interior a los elementos e igual a ellos y los une.

       Es fácil no entender a Empédocles y enredarse en contradicciones aparentes, cuando realmente es muy sencillo, y pensamos que supone un gran avance en el desarrollo filosófico. Empédocles fue un buen ecléctico, que supo conservar lo mejor de sus antecesores y en ello creó un sistema muy compacto. Para entenderle es esencial desprendernos del prejuicio de pensar que el mundo extenso nuestro real, proviene como de un Big Bang de un uno puntual inicial que se expande, pues ese no es el sistema de Empédocles. En él el uno se origina desde lo extenso y plural por indiferenciación de las cuatro raíces determinadoras, lo cual es muy lógico, pues si incluso las mínimas determinaciones posibles, cuatro, se indiferencian, se aboca a un mundo de absoluta indiferenciación (en vez de cosas diferenciadas), un caos. Un caos inmóvil donde quizás las cualidades elementales puedan persistir, pero indiferenciadas e indistinguibles, un extensísimo huevo de indeterminación, de carencia de ‘es’, que por lo tanto no puede ser sino algo muy próximo al ‘ser’, Uno, carente en sí de toda determinación diferenciadora, de todo ‘es’: Uno en todas partes igual a sí y absolutamente sin límite, Spherus, “bien redondeado, gozoso y soberbio de su independencia, radiante en la soledad en torno” (frg.27).[1] Uno extenso, aunque compacto e inmóvil en su unicidad, por el Amor, fuerza ésta de la misma naturaleza que las raíces, en que se unifica y confunde, todo en Uno. Pero entonces una fuerza, la Discordia, se lanza a la conquista del mando desde fuera, o mejor, ‘desde los límites extremos del círculo’, y va a hacer que las determinaciones empiecen a separarse en su seno, desde las cuatro raíces. Pero el Amor no desiste, se mantiene firme en el centro, y en la lucha resulta un movimiento de remolino. El universal huevo se conmociona, gira en torbellino, y en su interior se inicia la heterogénea disgregación del Uno en múltiples unidades, cada una con sus determinaciones y diferenciaciones. Así comienzan a existir las cosas, en lucha Amor-Discordia, en un proceso generador-destructor, en que lo que el amor crea por unión lo destruye al cabo por con-fusión, y lo que la discordia crea por disociación lo destruye por desmembración, llegándose ahora a un total movimiento caótico y sin regulación, otro caos, pero un caos éste pleno de incoherencia, frente al redondo y compacto del Espherus*, de cuyo espíritu ya nada queda. Será el momento en que Éste lance veloces pensamientos de amor a través del mundo entero para recomenzar el ciclo de unión; y así en una alternancia perpetua. El pensamiento, pensamiento de amor y unión, tiene su sede en el corazón. Las almas de los mortales son dioses de larga vida frustados y mancillados por algún crimen, arrastrados por la externa discordia, y que no han perdido el recuerdo de sus migraciones.

 

       En el sistema de Empédocles encuentro claras conexiones con el propio nuestro, en cuya comparación puede que el suyo encuentre nueva y clarificadora luz. Empédocles introduce el Amor y el Odio como principios eficientes, motores, que expliquen el movimiento y el cambio, ya que no cree que la materia por si sola pueda empezarlo. Si nosotros decimos que desde el Ser, Uno, el Existir transversal lo polariza y diversifica en los múltiples ‘es’, que así son, esa fuerza transversal, ajena, es en Empédocles la Discordia, que origina el movimiento centrífugo del ciclo del existir, en que se genera la multiplicidad. Desde el brillante Zeus, indiferenciado en su resplandor (su Esphera, el Ser), Hera, dadora de vida (el Existir transversal, ortogonal),  diversifica el Ser al parir sus hijos (los ‘es’) [2], cuyas lágrimas brotan y fluyen en la fuente de la vida mortal. Toda pregunta filosófica nace de que no podemos ver el Ser, deslumbrados por los múltiples ’es’, sus rayos de luz. Nunca vemos el Sol, uno, sino solo la luz, múltiple, que radia. Y por ahí debe de ir el pecado original, en que, expresado como mito órfico, los titanes despedazan y se comen al niño Dionisos, el Uno despedazado en los múltiples ‘es’. Es un mito eterno, repetido en diferentes formas y culturas. Así cuando Empédocles, gozne entre dos épocas, filósofo racional pero que gusta expresarse en mitos, escribe “lo más abominable entre los hombres era el devorar los sagrados miembros tras arrebatarles la vida” (frag.128), no debe referirse en absoluto a antropofagia alguna, sino a ese acto de arrebatar al ser su unidad, despedazarlo, y apropiárnoslo en forma de ‘es’, realmente el pecado mas horrible que se pueda cometer. Sí, efectivamente nunca vemos el sol, no porque nos deslumbre, sino porque él se esconde tras de su luz. Nunca terminaremos de convencernos de que jamás, jamás, vemos cosa alguna, sino solo la luz que de ellas nos llega.

       A este respecto hay empero dos posibilidades contrarias. Por un lado, que el Existir sea efectivamente una fuerza de Discordia, pecaminosa, que promueve desde o a costa del Ser los ‘es’, el mundo tal como es, que suplanta al Ser. Por otro lado está la posibilidad contraria, de que el Ser y el Existir sean en Uno (la trinidad amorosa cristiana), de modo que el pecado sea posterior y deformador de ese mundo edénico, que deviene así en lo que ya es nuestro mundo mortal, por el alejamiento desde el Uno. Empédocles parece que está mas en la primera posibilidad indicada, mientras que Anaxágoras va a estarlo mas en la segunda. Nosotros mismos cuando iniciamos nuestro caminar filosófico, nuestro esquema filosófico, lo hicimos mas en la primera tendencia, aunque posteriormente evolucionamos a la segunda. Siempre nos hacemos mas místicos a medida que crecemos y vamos siendo mas sensatos, al desprendemos de nuestros prejuicios.

       Empédocles es en todo caso un filósofo situado entre el mito y el logos, y así hay que leerlo. De modo que cuando nos habla de brazos y piernas por separado, que llegan a formar el hombre con dos piernas y brazos, podemos muy bien pensarle como un precursor de Leibniz, en que el existir no se da en lo meramente posible (brazos y piernas), sino en cuanto ello sea armónico y coexistente (composible en Leibniz). Es éste un gran y apasionante problema de filosofía, de cómo desde una pluralidad de cualidades, se llega a la pluralidad extensa de las cantidades de la experiencia, cuestión que quizás inicia Empédocles, a partir de la división y composición de la cualidad según proporciones numéricas, y que parece continúa Anaxágoras con la división del migma originario (cuestión que será proseguida por Nicolás de Cusa, Leibniz y Whitehead).

       A mí me encanta el sistema de Empédocles, situado en tal ‘arcaica’ abstracción que me hace volar la imaginación, de modo que cuando habla de un gran círculo, Espherus, caos coherente, que por una fuerza externa aboca a otro caos, éste pleno de incoherencia, a mí me vienen a la memoria otras palabras actuales de la física, como es la ‘decoherencia que se produce por rozamiento externo en un sistema coherente … ¿cuántico?

 

 

  1. Anaxágoras (500-428):

   A menudo las afirmaciones de los primeros filósofos griegos nos parecen carentes de todo sentido, un despropósito, a los que solo se les pueda asignar el mérito de ser un inicial intento en ejercer la razón sobre la naturaleza de las cosas. Yo no estoy de acuerdo, y pienso mas bien que su ejercicio racional es fenomenal, aunque a menudo enredado con mitos, y siempre desde una abstracción enorme, libre de los supuestos científicos nuestros. Para entenderles hay que, por una parte, encontrar una explicación racional filosófica y abstracta a lo que ellos explican con relatos mitológicos, y por otra, y sobre todo, debemos desprendernos de todos los prejuicios científicos que hemos ido acumulando y dando absoluto criterio de verdad, como nuestra teoría atómica y nuestro conocimiento planetario, que muy bien pudiera ser que nos distraen de un conocimiento mas abstracto y profundo de la realidad, en esas primigenias estancias del conocimiento (¿y de lo real?) en que la cualidad prima aún sobre la  cantidad, pues ésta no ha adquirido aún su manifiesto predominio, o sólo comienza a hacerlo. Solo así podremos entender en su plena dignidad a Anaxágoras (y a Nicolás de Cusa, y prepararnos entonces para Leibniz). 

   ¿Cuál es entonces el único presupuesto que podemos permitirnos?: El Ser, que siempre es y no llega a ser ni deja de ser, ni se divide, ni hay ninguna otra cosa creada. Inmenso, Infinito, pero Infinito en lo grande y en lo pequeño, y no estamos hablando de extensión, pues esa es ya una propiedad de nuestro mundo humano, impropia del Ser. Infinito, que siempre puede concebirse como un máximo mayor pero también como un mínimo menor, como si se dividiera siempre mas (¿estamos ante un máximo y  mínimo precursores del Cusano?), pero ojo, que no se ‘divide’, pues se tratará como veremos de un ‘discernimiento’. Es difícil entenderlo, claro, porque estos valerosos filósofos primeros, es que nos están hablando ni mas ni menos que del ser, absolutamente incomprensible para nosotros (docta ignorancia del Cusano, que hemos de asumir para proseguir, y liberarnos de prejuicios). Pero no nos perdamos que no estamos sino con Anaxágoras, e intentando ponernos en su referencia, valiente. ¿Cómo podemos primero entender ese ser imposible de entender y del que va a proceder todo cuanto llega a ser? Anaxágoras le llama migma (quizás próximo al huevo, al Espherus de Empédocles, aunque éste extensional). El Migma es una mezcla en el que todas las cosas están en todas sin posibilidad de distinción entre las unas y las otras. Pero ese migma es ya algo dispuesto para el hombre pues tiene algo de material, todavía mas cualitativo que cuantitativo, y todavía indiferenciado, pero material, donde ya pueden empezar las determinaciones a diferenciarse. Aunque la materia del migma no es en absoluto la materia cartesiana, sino mucho mas espiritual. ¿Cómo, la materia puede ser espiritual? Voltaire decía cínicamente que no hay materia puesto que no hay espíritu. Se refería a la materia cartesiana (a un lado de la moneda) en contraposición al espíritu (al otro lado), pues para que haya una tal materia tiene que haber al otro lado el espíritu. La materia del migma es de diferente naturaleza, no es opositora, porque no hay a qué oponerse, solo ser. Si el Espíritu aletea sobre las aguas bíblicas y la conmociona, si la hace vibrar, algo en común deben de tener, aunque sea mínimo. El migma es una materia-espíritu, un espíritu que es ya algo materia o en disposición de ser materia. En otras palabras, el migma es sutil materia receptiva a un espíritu sustancia (que puede no esté), mientras que la materia cartesiana es materia-pasiva (sin un espíritu que pueda estar, pues está en la otra cara). Y receptivo y pasivo tienen connotaciones muy diferentes. La materia de Anaxágoras es receptiva a ese espíritu que la influye, la discierne. La materia pasiva de Descartes no sabe nada del espíritu, sin relación posible con él, al otro lado, y por eso no puede ser Uno migma, se disgregaría, al faltarle esa especie de esperanza compactizadora que es la receptividad, y que hace que el migma receptivo, acogedor, de Anaxágoras, pueda ser Uno [3]. ¿Y cómo lo hace?: Mediante un proceso de discernimiento [4] que implica separación de diferencias, en que se van diferenciando las distintas determinaciones, y que supone una Inteligencia discernidora, ordenadora, el Nous, Espíritu (sustancial). No un espíritu logos (esencial), mera ley que implique lo que acontece, que la piedra caiga por su ley dando botes, sino un espíritu ordenador que discierne en torbellino y ordena cada cosa, la piedra, justo en su lugar, y cayendo justo por donde cae. Justo. El Espíritu (Nous) es la mas sutil de todas las materias, y aparte de ellas, entre las que se interpenetra al discriminar, pero con las que nunca se confunde ni mezcla. No hay que situar ese principio ni muy lejos, ni muy arriba, ni en otra parte (la otra cara), es co-presente al orden del mundo y a la sabiduría perenne.

   A partir de ahí la diferenciación. Dilucidar el modo pormenorizado en que el Nous lleva a cabo el discernimiento no debe ser fácil, y mas aún con los escasos textos de Anaxágoras que nos han llegado. Pero no existe nacimiento ni tampoco muerte, sino que solamente la mezcla (migma) y el intercambio de lo mezclado existen. En el origen reina la mezcla del todo confuso, y tras la primera distinción o discernimiento, se distinguen el éter ígneo y el aire, con un predominio de éter, sin ningún vacío y sin que nada se manifieste aún en la masa. Segunda distinción, Tierra y Astros, con lo que tenemos ya nuevamente el Cuaternio. El discernimiento progresa en torbellino: ligero y pesado, caliente y frío, luminoso y oscuro, seco y húmedo, tierra, carne... Pero ese éter, esas cualidades que aparecen no son nuevas, no nacen, solo la proporción y el predominio cambian, y así siempre en cada porción, en que está siempre todo, en proceso de discernimiento que continuará indefinidamente, hasta muchos principios y muy separados (discernidos), siempre mas (en número) y siempre mas divididos (discernidos), pero sin reducirse jamás a la nada.

Al acto de división infinita de la cualidad le acompaña una división infinita de la extensión de la cualidad, de modo que para discernirse una cualidad en varios matices, llegará un punto en que habrán de aparecer semillas extensas  que le correspondan, gérmenes, realidad ya física, extensa. O sea, a cada nueva diferencia cualitativa (discernida) le corresponde (le es homeómera) una nueva semilla, partícula extensa, dividida (discernida) igualmente hasta el infinito. Estas partículas son inobservables por su pequeñez, pero al aumentar el discernimiento de la cualidad se estrecha el entorno de su matiz y se hace menos difusa, en tanto que el mayor discernimiento implica mayor número de nuevas semillas que le corresponden, lo que aumenta su carácter extenso, y por lo tanto en las regiones de cualidad en que el discernimiento sea muy grande, el gran número de partículas correspondientes permite que trasciendan a la observación, como caracteres predominantes, de lo que en realidad sigue siendo una mezcla, de todo [5]. El ser Uno permanece íntegro en todas las cosas, aunque solo se manifiesta de modo muy parcial en las cualidades predominantes, las mas discernidas, por el mayor número de partículas. Una cualidad de amplio entorno, o sea poco matizada, es decir difusa, poco discernida, implica pocas semillas extensas y por lo tanto que no llega a ser observable como tal cualidad.

Aunque habré de decirlo aún con otras palabras: Cuando en el Migma inicial comienza el discernimiento, de modo que empiezan a distinguirse emergentes nuevas cualidades, simultáneamente y en la medida en que se van desgranando esas nuevas cualidades, ‘particularizándose’ a costa de la única cualidad inicial, va a ir surgiendo un nuevo aspecto, ciertamente contrario y ‘particularizado’ de la cualidad, como cantidad y extensión en forma de partículas (las homeomerías), que en principio no se manifiestan por su escaso número y porque aún su carácter extensivo no está marcadamente definido. Pero éste va aumentando, hasta aparecer, cuando la cualidad se ha desgranado tanto en múltiples matices particulares, que de algún modo va evolucionando ya en extensión, por el gran número de partículas homeoméricas muy definidas, que entonces se manifiestan. Cuando la cualidad se multiplica, su carácter cualitativo se minimiza, en la medida que surge el nuevo carácter de cantidad y extensión.

Y lo habré de decir aún en términos de la dualidad onda partícula de la física cuántica: a medida que la longitud de la onda se hace menor (la frecuencia se hace mayor) va disminuyendo el carácter cualitativo ondulatorio y prevaleciendo el carácter extensivo de partícula.  

Otra manera de verlo es en términos de la descomposición o análisis en series de Fourier, con tantos elementos (máximo grande) y tan pequeños (máximo pequeño) como se quiera, agrupados por su peso específico, donde las notas dominantes o de mayor peso proporcionarán las características que destaquen. No está mal para un Anaxágoras arcaico.

Pero trataremos aún de poner un ejemplo, según el cual la tormenta de arena en el desierto se me revela como la realización física de la descomposición o análisis de Fourier, según la cual la amplia onda que representa la compleja ondulación de las lomas del desierto, ondulación estética cualitativa, la tormenta la descompone en una equivalente infinidad de series micro senoidales en forma de hirientes partículas, ya extensas y cuantitativas, de fina arena.

En Empédocles había cuatro raíces en originaria unidad gozosa, huevo que la Discordia, externa, lleva a multiplicidad, mezcla, de extensiones y cantidades de la experiencia. Se trataba de un mundo castigo, ese es su fin. Pero en Anaxágoras ¿cuál es el fin de la Inteligencia, Espíritu discernidor, principio de orden e individuación, que lleva desde la infinidad indiferenciada del migma primitivo a la extensa diversidad manifiesta? ¿Cuál es su finalidad?, preguntarán críticamente Platón y Aristóteles. Si Anaxágoras no lo dice expresamente hay que interpretar esa Inteligencia como propiedad del Ser que así se manifiesta. Por lo tanto esa inteligencia del ser que lleva el ser a materia y a vida, es el ser y no lo es, es mas, pues es uno y es múltiple, y si lo múltiple se produce en torbellino, debe ser  tangencial al ser, o sea implica un Existir inteligente, que es diferente y uno con el Ser.  La filosofía de Anaxágoras cumple un dualismo que no es el de alma y cuerpo, ni siquiera exactamente el de espíritu y materia (aunque en este aspecto recuerda al monismo hebreo); por lo que sería mejor decir dualismo del Uno y lo Múltiple. ¿Apunta a  Kierkegaard -Plotino?.

 

  1. Leucipo (500-400) y Demócrito (460-370):

Son filósofos mal considerados en su tiempo. De Leucipo se duda incluso su existencia real, Epicuro la niega (quizás solo como filósofo), suponiéndolo un ficticio maestro del mas joven Demócrito, al que se asignan sus posibles obras. Nosotros remitiremos a Demócrito como una figura conjunta. Éste, aún ser muy prolífico escritor, no parece ser conocido o considerado por los otros filósofos, con los que no se relaciona (aunque al posterior Aristóteles sí le gustará). Dice Demócrito: “Fui a Atenas, y nadie me conoció", o no se decidió a darse conocer, pues sabe que sus presupuestos filosóficos son contrarios a los admitidos en su tiempo, parece no se sustentan en la lógica parménica del ser, dominante, sino en la apariencia de lo material. Cuando los otros se afanaban (y siguieron haciéndolo después) por deducir la extensión y la cantidad de la cualidad, por el contrario Demócrito parte de la cantidad extensa e indivisible, átomos materiales, diferentes por orden, figura y posición, determinaciones geométricas, cuantitativas, para desde ahí determinar la cualidad. Y además concede existencia al no ser, el vacío.

Aunque Demócrito realmente sí parte del ser, uno, lleno e indiviso, de Parménides, pero que lo hace múltiple, múltiples unos llenos e indivisibles (a-tomos= sin división), a fin de explicar este nuestro mundo plural, aceptando de paso el no-ser, vacío, para explicar el movimiento. Y si el pensamiento proporciona en Parménides su unidad y redondez al ser, ahora en Demócrito es el alma (psykhé), constituída por sutiles átomos de fuego, los que van a dar unidad anímica y vital, a esa unidad pensante que es el hombre. Aún hoy se considera que es en la psyque del yo donde reside la unidad del hombre pensante. Los átomos de psykhé se inhalan y expelen en la respiración y pueden verse brillar en las motas de polvo en un haz de luz. La ética nos recomienda un equilibrio interior, que no haga enardecer nuestro fuego, pero que tampoco nos lleve a la inanición y a expeler el último átomo de alma,  muerte en que el cuerpo pierde ya su unidad de vida, para entonces descomponerse y disgregarse en otras unidades menores. La felicidad no reside en los bienes sino en el alma, la mas noble parte del hombre, de la que depende mantener el sano equilibrio.

El mundo para Demócrito es una continua mezcla e intercambio de entidades materiales inmutables y eternas, infinitamente pequeñas e indivisibles, que son los átomos. Ese mundo nos afecta al llegarnos de él átomos a los sentidos, afecciones que el nous pensante interpreta, en cuya afección hay como una resonancia de los átomos que nos llegan con los átomos del nous (¿del alma, o del nous asentado en el alma?), en lo que solo es una percepción oscura, al fin de cuentas una interpretación, tras la que se oculta la verdad. Del alma, que por el saber y la prudencia tienda a lo bello, dependerá la justa medida y proporción. Se trata siempre de un mecanismo, pero donde no rige el azar, sino un movimiento en torbellino que llama necesidad, cierta fuerza irracional, donde los dioses nada tienen que ver pues no existen. ¿Pero que haya esa supuesta necesidad no implica una ley superior que ha de cumplirse ([6])? ¿De dónde proviene esa necesidad, ley o torbellino?, ¿qué carácter tiene?, ¿por qué nos habla aún Demócrito de esos dioses en los que no cree?: “Antes y ahora, son los dioses los que dan a los hombres todo lo bueno...” (B 175) “...Pero cuanto es malo y funesto y nocivo, eso ni antes ni ahora lo donan los dioses a los hombres, sino que son éstos los que incurren en ello por ceguera de ánimo y falta de juicio”

Quizás efectivamente para que el sistema de Demócrito cobre todo su valor intrínseco, haya que situarlo en su justa referencia, y puede que ésta no sea el pensamiento dualista de la cultura indoeuropea, que separa netamente materia y espíritu, y que distingue claramente los dioses de los hombres, sino que haya que situarlo en el monismo hebreo (en que parecen situarse todos estos filósofos causales griegos), y por el que lo vacío retoma cierto cuerpo, y no hay radical separación cuerpo espíritu, ni dios hombre,  de modo que lo material recobra cierta espiritualidad, cierta divinidad, donde los dioses, daimones, están en nuestro propio interior, son nuestros sueños y nuestros demonios. “La felicidad -tener buen daimwn (daimon)- no reside en ganado ni en oro; es el alma la morada del daimwn“ [7]. Así la filosofía de Demócrito, un aparente y simple mecanicismo, se enriquece y complejiza  enormemente con el alma.

 Alma que nunca ha dejado de estar en el vocabulario de los hombres, aunque cambie mil veces su significado, y hasta su nombre, pero siempre capital. Nosotros, admiradores de S. Agustín, haremos del alma un núcleo referencial directriz en la historia de la filosofía, mas allá aún de la filosofía griega, y también de la medieval, sino incluso de la que se extiende después, hasta los tiempos modernos, aunque adoptando caracteres y nombres diversos: espíritu, fuerza, energía, conciencia… 

 

 

 

 

[1] El caos de indefinición, no de desorganización, es el mas propio de ser, gusta al ser, gozoso, creador, pues es ahí donde  tiene mas campo creador. Párrafo ..\..\7-Estudio del Ser-Existir-10p\3- Ser caos, existir orden.doc

[2] En otro apartado, que titulo ‘Mi cruz’, incorporo a mi esquema el nombre de las raíces de Empédocles ..\..\1-Estudio deductivo del Ser-50p\5.1-SER-mi cruz-7p..doc

[3] Los cuarks de los nucleones (de los núcleos atómicos) tienen esa receptividad (a los gluones) compactizadora.

[4] Discernimiento: Juicio por medio del cual percibimos y declaramos la diferencia que hay entre las cosas. Facultad de escoger, de distinguir, de leguein, o sea de “reunir”, “decir”, “determinar”, “escoger”, en el sentido de seleccionar,  y separar de lo no seleccionado. (Por el contrario las traducciones latinas de logos son verbum y ratio.)

[5] Aquí podemos ver en esbozo un anticipo de la percepción y apercepción de Leibniz.

[6] Demócrito parece haber logrado obviar el ser absoluto si lo hubiera, pero también parece que todavía quiere recuperarlo de algún modo, en una supuesta ‘necesidad’, como muy posteriormente hará Kant con la 'finalidad' de la naturaleza, en que une las razones teórica y práctica.

[7] Referencia B171, tomada de la Historia de la Filosofía I, de F.M. Marzoa, que nos dice que ese daimwn lo ha traducido por ‘el dios’ en Heráclito B 119.