Mi filosofía, como filosofía del Ser-Existir, en cruz, debe
ocuparse también del Existir. Aquí se inició mi estudio del
Existir desde el Ser (aunque se ampliará muy posteriormente en otra carpeta mas exclusiva del Existir)
1. Otros existires.
2. El ‘es’ es fruto de mi debilidad.
3. El ‘otro’, un apócrifo, todos en mí.
- Otros existires.
- El ‘es’ es fruto de mi debilidad.
- El ‘otro’, un apócrifo, todos en mí.
- Otros existires.
Desde el lívido Ser ocurre que el Alejamiento, mediante las Facultades, fragua el Existir, ortogonal al Ser. Pero este Existir, con mayúscula, ¿que dice de mi existir, con minúscula? Si la filosofía no se ocupa de mí, y sólo lo hace de conceptos, eso no es filosofía sino literatura, y por cierto mala literatura. La filosofía ha de ocuparse de mi existencia, mi existir, así como de los particulares existires de los otros. Esa era la espina que tenía Kierkegaard, que no quería hacer filosofía académica, literatura, que nada le decía de lo real, de él, de lo singular existente. ¿Pero es posible escribir de lo singular, de los individuales existires? Escribir sí, ¿pero comprenderlo, alcanzar lo singular, lo singular existente? Tamaña aventura. Los filósofos siempre se han visto en grandes dificultades para integrar el existir en el Ser, y lo han incorporado como una categoría más, porque no han querido admitir la pareja Ser-Existir en igualdad de condiciones. Siempre se ha querido incluir el Existir como una Categoría del Ser, con lo que siempre se acaba conceptualizando al existir, en vez de asignarle su propia naturaleza, un Existir con mayúscula, diametralmente distinto al Ser, o como dice el filósofo existencialista Abbagnano, “sin posible relación con el Ser”. Pareja Ser-Existir que antes del alejamiento coinciden en el punto Uno, en que conforman la Trinidad inmanifestada, y que sólo por nuestro alejamiento se van a diferenciar, en el aparecer fenoménico, como el trio Ser, Existir, Uno. Esa Trina equivalencia nos autoriza a contemplar el Existir de modo análogo a como se hizo con el Ser. Y si entonces se dijo que el Ser carece de atributos (zarza que nada es sino Ser) y solo por alejarse del Ser surgen los múltiples es, atributos; de modo similar diremos ahora que el Existir carece de diversidad de singularidades, de entes existentes o existires particulares, y solo por alejarse del Existir central, con mayúscula, surgen los múltiples existires individuales, con minúscula, y todos y cada uno de ellos alejados entre sí, cada uno con sus peculiaridades, con su propio ‘existir’, con su propio punto de vista, lo cual va a complicar enormemente una relación y/o comprensión entre los existires individuales que no consista en una mera conceptualización respectiva, ya como conceptos, en vez de como existentes. Esa incomprensión mutua entre los existentes, ocasionada por el alejamiento, solo puede reducirse en la medida que ese alejamiento, que producen las Facultades del conocimiento, se trate de compensar mediante una cordialidad acercadora, que acerque a los existentes entre sí y que los acerque al Punto, en que Ser y Existir coinciden.
El hombre no es un qué sino un quién y ello cambia completamente el modo con que se mira el esquema Ser-Existir. Si en principio, desde la abstracción, parece ser el Ser, y el Existir es esa tensión que polariza el Ser en multiplicidad de ‘es’, y lo llena todo de es, por el contrario para el hombre individual parece en principio el Existir el centro, su yo, su centro de existir, siendo el Ser entonces la tensión, la inquietud, la duda (¿duda de ser, angustia?), que polariza o dispersa el Existir en otros, otros existires. Los existires particulares surgen así por la polarización del Existir central originada por la tensión ortogonal que le ocasiona el Ser.
De modo similar al espectro de ‘es’, que surgen por el alejamiento que del Ser (único, común juntura de los es) implica la tensión del transversal Existir, apareciendo así un mundo lleno de determinaciones que ocultan al Ser, también de modo similar, decimos, debemos considerar el espectro de ‘existires’ que surgen por el alejamiento que del Existir central (único, común juntura de los existires) implica la tensión del transversal Ser, apareciendo así un mundo lleno de existires particulares que ocultan el Existir central. Espectro de existentes singulares que va desde arriba, extremo existir en lo ideal, existir idealista, hasta abajo, extremo existir en lo material, existir materialista. Pero interpretémoslo al modo de Heidegger. O sea, al igual que al alejarse del Ser con los es (quées) se abre un abanico o espectro de ‘es’ que va desde el sujeto (Aquiles), por el lado del pensamiento y la razón, hasta la cualidad (valiente), por el lado de la emoción y vitalismo, diríamos ahora de modo similar, que al alejarse del Existir central con los existires (quiénes) particulares, se abre un abanico o espectro de ‘existires’ que va desde el ‘existir en’ el mundo -in der Welt-, dentro de lo material (existir auténtico de Heidegger), por el lado inferior, abajo, por el pensamiento observador y la emoción de lo concreto, hasta el ‘existir fuera’ del mundo, out, (existir inauténtico de Heidegger), por el lado superior, arriba, por la razón conceptual y el vitalismo mítico, en lo ideal, lo abstracto. Ahora en los distintos grados de alejamiento, griegos, Galileo, Descartes, Kant, estarían las diversas categorías de existires. Adviértase que la referencia a Heidegger puede inducir a error, pues para nosotros tanto el ‘existir in’ (auténtico de Heidegger) como el ‘existir out’ (inauténtico de Heidegger) están ambos alejados del ‘existir’ central (como el ‘es’ cantidad y el ‘es’ cualidad están ambos alejados del ser).
Pero si el dios del Ser es ese que es Ser, no hay un dios occidental del Existir, ese cuya singularidad es solo (¡ni mas ni menos!) que Existir, Shakty?, la mas celosa, danza constante creadora. Aunque la mujer lo personifica muy bien.
En la misma medida que la meditación desnuda o despoja de determinaciones, de es, y acerca al Ser, la soledad por su parte disuelve relaciones con los diversos existires, acercando al Existir uno, central.
Muy posteriormente dedicaremos un estudio algo mas detenido del par Ser-Existir y del ‘yo’. Valga ahora una breve introducción.
Me decía una vez un alumno que sus compañeros eran muy raros, que no eran (ni actuaban como) normales. Cuando yo le pregunté ¿qué es normal?, él me dijo, ‘yo’, ‘yo soy normal’. Exacto, le dije, eso es lo normal, ‘yo’. Eso todos lo sabemos, que el normal soy ‘yo’, un ‘yo’ propio alejado de otros ‘yo’ a los que nunca alcanza si los ve con los sentidos que alimentan nuestras Facultades, las cuatro indicadas, que sólo ven desde fuera, desde lejos siempre, a no ser que los vea con el corazón, ya desde dentro, desde una cordialidad abrazadora que trate de compensar el alejamiento. Alejamiento que desde el parto inicia el existir de mi yo entre otros yoes existentes, donde el yo es el recurso socializador de la existencia múltiple. Un yo propio que tiene esa luz interior, esa viveza y realidad existencial de la que hablara Kant realmente cuando nos distingue de las cosas: el yo no es una cosa. Pero en los otros existentes no podemos nunca alcanzar esa luz bullente de sus yoes, sino sólo verlos desde fuera, desde fuera de su propia existencia: extraños. Ese es el origen de todos los conflictos del mundo, que nunca llegamos a entender al otro; del que solo podemos hacer suposiciones. Este es el gran problema de la existencia, que los que existimos no nos comprendemos si sólo nos veamos desde fuera, alejados.
- El ‘es’ es fruto de mi debilidad.
Soy una mónada ingente (sin ventanas, decía Leibniz) que nada sabe realmente de lo otro o los otros (supuestos, dice Machado). Somos una singularidad, un ente, un existir, sorprendido ante la sospecha de otros entes y otros existires, de los que realmente nada sabemos, nada que no lo pongamos nosotros. Hay un anhelo en nosotros, que somos ser; amamos al existir aún virgen (sin es, pues aún es virgen), le hacemos el amor y, entonces, ocurre que los entes vienen y nos sorprenden y queremos darles acogida amorosa, a costa de que nuestra relación con el existir ya ha acabado, pues la virgen ya no lo es y ahora se ocupa ya de los es. Y así empieza nuestra relación con los es, una relación que torna en conceptual. Lo decía el filósofo Machado: “el mundo objetivo y científico que nos creamos es sólo el fracaso de nuestra búsqueda erótica del otro”. Así el concepto es el recurso de lo singular, sorprendido ante otros singulares, urgido a darles acogida, una acogida que siempre es conceptual, por lo que tiene de obligación. Pero en ello hay una tremenda debilidad del ente, entretenido en inexplicable pugna con otros imposibles entes. El otro es solo fruto de mi flaqueza, es mi pecado, por mi debilidad femenil y no atreverme a abandonarme a la libertad heroica de mi singularidad, mi ente, mi cruz, y entonces ser, realmente, incontaminado de ‘es’, odioso recurso éste de relación conceptual con lo otro, ‘otro’ creado por mi pecado, mi miedo, mi angustia femenil, que me echa en brazos del existir creador, y me aleja del existir virgen, próximo al punto; por falta de confianza en Dios, punto creador. Efectivamente la salvación del hombre auténtico está en su cruz, que asuma con gozo en íntima soledad, pero prefiere aturdirse y socializarse en la multiplicidad conceptual, de pensamientos, razones, emociones, vitalismos... y existires.
El ente, solo, entregado a su libertad, tremenda y cósmica libertad de ser, teme, desconfía ante tamaña inmensidad, y entonces se contrae, se limita, y siente el vértigo, busca asirse, asegurar sus límites, ¡limitarse! (él, infinito), aferrarse a algo. ¿A qué, si solo soy yo? Todos lo hemos sentido alguna vez allá arriba, en la noria antaño, al caer, y hoy en una variedad de artilugios que juegan con la gravedad. Y al caer, si te contraes te aferras y sientes el vértigo, sencillamente por no dejarse ir, y entonces caes, ya no vas ingrávido, sino caes. Y uno se agarra, se aferra, a lo que cae con uno (no puede ser de otra manera), pero así el ente deja de estar solo (¿deja de ser ente?), y en la angustia del vértigo al asirse a lo supuesto otro, la entidad se multiplica. El ente ingrávido (en su levedad de ser) cae a la finitud de la materialidad grávida, a la que cree asirse y que crea en su caída. Y el ser, el placer ingrávido de ser, se olvida, para enredarse en la multiplicidad del es, esto y lo otro, que me ayuda y me fascina y me amenaza, y a la postre (siempre al principio diría el filósofo Machado) me defrauda o me hastía. Me defiendo creando un mundo de relación conceptual (que incluye al de relación humana como parte), mundo conceptual pleno de determinaciones, de es, que arrastro conmigo, como el escarabajo su bola, y me confundo con mi bola con la que me identifico, mi acerbo de creencias, conceptos y emociones. Y desde esa bola, cáscara externa de irrealidad, trato de reencontrarme, pero me pierdo en el laberinto de la multiplicidad del es, incapaz ya de ser, y como Tartarín podré escribir un concienzudo manual sobre cazar sin ya poder ni saber cazar. El ser se conceptualiza y de la zarza ardiente solo queda ya una mera imagen de reflexión, el ente en confrontación con otros imposibles entes.
En el vértigo, en el pecado, en la desconfianza, la ingrávida levedad del ser torna en grave gravidez de individual existir, la caída. Y continuamente estamos cayendo, continuamente en pecado, en desconfianza, temor y mal uso de nuestra libertad, vértigo de existir. La caída es un hecho continuo, lo explica la física. La Tierra está continuamente cayendo hacia el Sol y por eso no se marcha en su recto camino de alejamiento, siempre cayendo hacia el Sol, el mismo camino que se aleja en línea recta, y por eso equidista siempre del Sol (aproximadamente), pero cayendo, en equilibrio dinámico. Lo explicó Newton hace mucho. Al igual, el hombre, cayendo y alejándose continuamente, permanece girando en torno de Dios, lejos.
Pero ya hoy, grávido, cayendo, si quiero saber de mi individual existir, de mi yo existente, y de la conceptualización que implica, quizás la ciencia pueda explicarme cómo soy, si es ella fruto de mi conceptualización, de mi relación con lo otro. Por ejemplo, puedo comparar un ente, una mónada simple, con un elemento químico, simple, que en su debilidad se relaciona con otros elementos formando las sustancias compuestas. Así el ente químico está contaminado o en relación con otros supuestos entes químicos, olvidado él mismo, como el oxígeno combinado con los otros elementos, formando sustancias que en nada recuerdan al oxígeno. ¿Se parece en algo el agua al oxígeno?, ¿se parece en algo el óxido de hierro al oxígeno? El oxígeno no puede reconocerse en sus compuestos, y de modo similar el ser del ente no puede reconocerse en la multiplicidad existencial de la pluralidad de determinaciones, de es. Y todo por debilidad femenil hacia supuesta relación, en vez de ser heroicamente uno. Entre los elementos es el oro, el más heroico, el que permanece más incontaminado y por ello es el de más valor y el que está detrás de todos los esoterismos. Parece guasa todo esto, pero ¿encerrará algún sentido?, ¿oculto?
En fin volvemos a lo de siempre, lo que todas las búsquedas sugieren: No escribir un libro sobre cazar sino marcharse a cazar, el ser, que no es sino liberarlo, de la cáscara, desertizarlo de es, quizás en el desierto, tamaña aventura. No, heroicidad.
- El ‘otro’, un apócrifo, todos en mí.
Mis otros apócrifos. Nunca llegamos siquiera a empezar a conocer a los otros, sólo pintamos, con algunas características que extraemos y destacamos, a un ser inexistente, creado por nosotros. Pero eso no es impericia del observador sino necesidad lógica debido a la enorme complejidad del entramado de características que definen a una persona. Por eso toda relación está de antemano condenada al fracaso, porque siempre llegará un momento en que el otro se revelará diferente al que hemos pintado, y nos defraudará, o simplemente se imposibilitará el supuesto de relación que teníamos construido. Pero lo más curioso es que, en buena lógica, esto tiene que ocurrir también con nosotros mismos, que nunca nos conocemos, sino un ser imaginario que creamos y que creemos que somos. Como dice Machado, contiene nuestro yo infinidad de apócrifos, aunque un único ‘supuesto’ lleva la voz cantante[1], ¿y sufre su relación con los otros? De ahí mucho sufrimiento, en la medida en que vivimos para el supuesto y nos alejamos del real, complejo, que sufre. Pretendemos y buscamos cosas que creemos que queremos, pero es nuestro supuesto (alimentado y crecido) el que lo quiere, y a la postre todo logro ha de defraudarnos, pues es del y para el supuesto, y el verdadero como olvidado, abandonado, sufriendo. Y, también al contrario, quizás nos ocurren cosas que creemos perniciosas y/o nos producen sufrimiento, pero es al supuesto al que le parece así y sufre, mientras el verdadero lo buscaba y deseaba por alguna oculta razón que no alcanza a saber el supuesto, que no conoce al verdadero, el complejo. En el mero individuo hay ya, en su mera individualidad, una compleja relación de apócrifos, no menos compleja que la social externa. En la propia relación interna del individuo abunda también el divorcio, el divorcio interior, y el autosabotaje. Con demasiada frecuencia ocurre, aunque parezca increíble, que cuando pretendemos con ardor una cosa, y en el momento en el que estamos mas a punto de lograrlo, bien un empleo satisfactorio, o bien una relación sentimental prometedora, o bien ese oculto deseo largamente acariciado, entonces, y precisamente entonces, hacemos algo para fastidiarlo y para que no se cumpla nuestro objetivo largamente deseado. Como el caso de ese bohemio escritor, que para poder escribir libremente y estabilizar su situación estudia muy duro unas oposiciones, obtiene en los primeros exámenes óptimas calificaciones, pero la noche antes de la última prueba sale a dar un paseo para relajarse, visita unos amigos, toma unas copas, … y siguen otras muchas hasta la madrugada, suspendiendo finalmente la oposición[2]. ¿Qué conduce a una persona, que está a punto de alcanzar el éxito, a pulsar el botón de la autodestrucción?, ¿qué nos hace a veces ser el mayor y mas difícil obstáculo que superar en la vida?, ¿por qué no estamos de nuestra parte?, ¿por qué llegamos a ser nuestro peor enemigo? Ni nosotros mismos lo sabemos. Sencillamente creemos desear algo que en el fondo no queremos. ¡En el fondo¡ ¿Quién habita en el fondo?, ¿de qué otro son sus necesidades?
Me encanta Kierkegaard. Comparto plenamente con él esa preeminencia del individuo. Ocurre con el individuo y los otros algo parecido a lo que ocurre con el Ser y los es. Los otros siempre son ajenos, están alejados, en los aledaños del yo. Yo soy siempre el normal y los otro son los extraños. Quizás por eso somos a imagen y semejanza de Dios. El yo solo, permanente, lleno de esencias intemporales, y que no cree en ese espejo que le muestra diferente en el tiempo, y que no entiende a los otros, alejados del yo, en un sufrimiento solo aliviado ante el espejismo del tú, que a la postre torna nuevamente en otro, que ‘es’, ajeno. Solo existo yo, él es, ellos son. Pero el yo pleno de otredad es también un espejismo, que se revela como tal en esa duda angustiosa de posibles opciones. “Y en la duda no se qué hacer ni hago nada. Entonces respiro hondo y con ímpetu… pero desfallezco”, decía yo en mi juventud de romántico nato. Duda angustiosa de opciones, de posibles, en que el yo está en trance de romperse en apócrifos, la angustia de convertirse el yo en los otros, que hace del yo un extraño. No lo enriquecen, no, lo descarnan (abbröken). Y dentro, en el núcleo del yo queda el Ser, el Existir, el Ser-Existir, libre de determinaciones, libre de posibles. Parece el punto. Pero solo es nuevamente un espejismo, pues la conceptualización me saca del Ser y me hunde en la nada, conceptual: angustia. Dialéctica del hombre, del hombre en el mundo, revoloteando en torno del Ser-Existir. Me encanta Kierkegaard y esa frase: “El elemento estético es aquel por el cual el hombre es inmediatamente lo que es; el elemento ético es aquel por el cual el hombre se convierte en aquello en que se convierte”. La ética, la opción, ¡el dilema!
Los otros no son el infierno, los otros no te hacen nada que no sea ponerte delante tus demonios. Te hacen un favor, hacen por ti lo que tú no eres capaz de hacer. Nunca sabríamos lo que queremos realmente si no es por los otros, que hacen la representación, a menudo dolorosa, y que confirma el dicho de que el que mas te quiere mas te hará sufrir. ¡Que fácil es ser bueno!, y ¡qué meritoria la difícil representación del malo!
Y los animales solo especie. Yo, ya tan alejado, los desprecio como apócrifos extremos, sin concederles ninguna de mis prerrogativas de persona, para solo aceptarlos en el recurso del concepto: especie, general. ¿Y tú, Blaky, dónde estás? Durante mucho tiempo mi reflexión se ha asentado en ti (para no olvidar nunca mi animalidad), pues este lugar de meditación escrita reposaba en la pequeña alfombra negra en que tú descansabas.
[1] LC. p.192
[2] Martha Baldwin (Edaf).